Cultura

Elizabeth Meza, Tlapalería Don Chuy y Meen Green ofrecieron una velada inolvidable de jazz en Mérida

El Pasaje de la Revolución vibró con la tercera noche del Festival de Jazz Mérida.

Por David Rico

Mérida, Yucatán, 04 de octubre de 2025.- El Pasaje de la Revolución se volvió un río de música. En la tercera noche del Festival de Jazz Mérida quedó claro que este encuentro debe repetirse y, por qué no, quedarse. Entre la Catedral y el Ateneo, las paredes devolvían ecos de blues, jazz, funk y afrobeat transformados en una afro-mexi-fiesta que se colaba por los oídos, recorría la piel y terminaba por instalarse en el corazón. El público bailaba, coreaba, se dejaba llevar; no había más remedio que entregarse a la vibración colectiva.

Así fue la tercera noche: el ímpetu juvenil de Meen Green, la fiesta incendiaria de Tlapalería Don Chuy y la clase magistral de Elizabeth Meza. Un vaivén de contrastes que mantuvo a la audiencia entregada de principio a fin y que deja una certeza: el Festival de Jazz Mérida apenas comienza, pero ya se siente como una tradición que podría ser eterna, una llama que convierte la música en fuego compartido.

La velada abrió con Meen Green, una joven banda meridana que se presenta como emergente, pero que suena como si llevara años girando. Sus músicos jugaron con baladas y funk, se movieron entre soul, rock y jazz experimental con compases irregulares y un saxofón que atravesaba la escena con fuerza. Esa mezcla de frescura y seguridad sorprendió a todos, dejando la sensación de que estábamos ante un grupo que apenas empieza a escribir su historia, pero que ya tiene un lenguaje propio.

En medio del entusiasmo apareció en el escenario la alcaldesa Cecilia Patrón Laviada para entregar reconocimientos y celebrar la primera edición del festival. Fue breve, pero motiva, palabras de agradecimiento para los asistentes, un reconocimiento para los jóvenes músicos y a seguir disfrutando de la fiesta.

El turno siguiente fue para Tlapalería Don Chuy, banda llegada desde Aguascalientes con una misión clara: poner a todos de pie. Y lo lograron. El afrobeat convertido en fiesta mexicana no dejó lugar a dudas, los metales sonaban insolentes, la guitarra rebotaba de un lado a otro y la batería no dio respiro. El calor subió, el sudor se volvió parte de la experiencia y quienes aún estaban en sus asientos terminaron acercándose al escenario para moverse sin freno.

El Pasaje de la Revolución, que se estrenaba como sede por las inclemencias del clima, se transformó en una pista de baile improvisada, vibrante y encendida. En un hervidero ya, a las notas de la trompeta, la balería el trombón y la guitarra,

Y cuando parecía que ya se había dicho todo, llegó el momento de la elegancia. Elizabeth Meza apareció con su porte inconfundible y esa voz capaz de tocar fibras invisibles. Lo suyo fue un viaje por el jazz, el blues, la bossa nova y el bolero, siempre con un sello personal que mezcla sofisticación y emoción.

Cada pieza se volvió una conversación íntima entre la cantante y sus músicos, un ensamble de batería, bajo, contrabajo, piano, guitarra que la acompañaron con maestría. Bajo su guía, los géneros se rendían y se entregaban a un público que escuchaba en silencio, conmovido, hasta que la voz volvía a elevarse y llenarlo todo.

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