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La Santa Muerte en Mérida: una fe que crece entre la sombra y la luz

Aunque para muchos sigue siendo motivo de prejuicio, el culto a la Santa Muerte crece cada año en México. En Yucatán, su presencia se ha extendido discretamente, sobre todo en barrios y colonias populares.

Por David Rico

Mérida, Yucatán, a 01 de noviembre de 2025.- Frente al Cementerio Xoclán, en el poniente de Mérida, decenas de personas se reunieron al caer la noche para rendir culto a la Santa Muerte. Llegaron con velas, flores, incienso y figuras de la Niña Blanca, la Madrina, la Flaca, esa presencia que —afirman sus devotos— no representa el mal, sino un ángel de Dios que guía a las almas.

Cada 31 de octubre, en pleno Día de Muertos, el altar se levanta frente al panteón y se convierte en punto de encuentro para creyentes que llegan a pedir un favor, a pagar una promesa o simplemente a agradecer.

A medianoche, la ofrenda se transforma en procesión: los fieles caminan hacia el santuario de la Niña Blanca, en la colonia Mercedes Barrera.

Entre ellos, una joven avanza de rodillas, con una figura grande de la Santa Muerte entre los brazos. A cada paso, el pavimento le deja marcas en las rodillas, pero no se detiene. “Le prometí que si mi mamá sanaba, así iba a ir”, dice entre lágrimas, rodeada de silencio y humo de copal. Su promesa es parte del mismo ritual que mueve a todos: la fe.

“Cada persona sabe lo que le debe a ella”, explica Beatriz Ramírez, del Santuario Familia de Devotos de la Niña Blanca Mérida, Yucatán, quien organiza la celebración.

“Unos le piden amor, otros dinero, salud o porque levantó a alguien querido. La Santa Muerte no es mala, es un ángel divino que intercede ante Dios. No hacemos cosas malas ni brujería, esto es devoción”, asegura.

Una devoción que crece en silencio

Aunque para muchos sigue siendo un tema tabú, el culto a la Santa Muerte crece cada año en México. En Yucatán, se ha extendido discretamente, sobre todo en barrios y colonias populares. No se trata de oscurantismo ni de prácticas ocultas, sino de una fe cotidiana, cercana, que busca consuelo y justicia.

El culto a la Santa Muerte también funciona como un refugio para quienes no encuentran lugar en otras creencias. En sus altares caben las identidades proscritas, las personas rotas, el lumpen urbano y quienes viven al margen de la fe institucional. La Niña Blanca no pide pureza ni exige perfección: acoge sin preguntar, escucha sin juzgar. Por eso, muchos la sienten suya. En ella encuentran una forma de dignidad espiritual, una fe que los abraza cuando el resto del mundo les da la espalda.

“Desde tiempos prehispánicos, los pueblos veneraban a la muerte”, recuerda Beatriz. “Los mayas, los mexicas… todos reconocían una deidad que trascendía el mundo de los vivos. No inventamos nada nuevo. Solo seguimos con algo que ha existido desde siempre.”

En el altar se mezclan figuras de Jesús Malverde y San Judas Tadeo, compañeros de la fe popular. El ambiente es solemne, pero no triste: huele a copal y pan dulce, a promesas cumplidas. No hay alcohol ni excesos, solo rezos, música y gratitud.

La otra cara del Día de Muertos

Entre los presentes hay jóvenes, adultos mayores y familias enteras. Todos comparten una misma certeza: la Santa Muerte no es oscuridad, sino compañía.

Para muchos, representa la justicia divina, la protección de los que viven al margen, la certeza de que la fe no necesita templos para existir.

En Mérida, donde las tradiciones mayas conviven con la religiosidad católica, la Santa Muerte ha encontrado su espacio. Cada año, sus devotos vuelven con flores, velas y promesas.

Y mientras la procesión avanza rumbo al santuario, las luces de las veladoras titilan sobre el pavimento. La Niña Blanca camina con ellos, entre la fe y el misterio, entre el miedo y la esperanza.

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