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Los hombres del mar que cuentan sus aventuras mientras cocinan

Por Nery Chi y Yobaín Vázquez

Fotos de Kelly Gómez

Verga, este es el capitán y ya está llorando. Ya valimos. 

Don Josué tiene un montón de historias marinas por contar, esta es sobre una tormenta que estuvo a punto de comérselo. Ahora lo cuenta con calma, sentado en el muelle de Dzilam de Bravo y sus oyentes son amigos de pesca.

Darwin es flaquito, le estorba la camisa y se la quita. Escucha atentamente a don Josué cuando dice que él y sus primos salieron a pescar aún cuando estaba pronosticado mal tiempo. Darwin filetea una rubia, cada trozo lo saca de una cubeta  de cerveza Sol. Y se balancea suavemente, está sentado en la orilla de la lancha  y el muelle le sirve de mesa. Ni en Master Chef se ve tanta destreza.

El otro amigo es Copra, de la nevera saca pescados ya marinados con jugo de limón y cilantro. Es callado mientras se dedica a descamar los bucay. A diferencia de Darwin, él está de pie en la lancha y hace que salten las escamas en el mar para que no queden en la madera del muelle, que también es su tabla de cocina.

Encima de los tres hombres, el cielo muestra nubes grises, cargadas con lluvia. Eso le sirve a don Josué para llevar su historia al momento en que estaban lejos de la costa y el mal tiempo se convirtió en una tormenta que amenazaba con hundirlos. Con ello sazona la comida, aunque no meta las manos. El aguachile, el ceviche o lo que resulte de ahí tendrá sabor a peligro.

Pescadores en el mar al amanecer, Dzilam de Bravo, Yucatán

—Se empropeló la lancha con la red. En la desesperación de mi tío que nos agarró el viento, le dio al motor y el motor pasó sobre la red. Paró el motor y ya ni cómo regresar. Pusimos las velas y empezamos a venir despacio. Pero viendo que no te atraviese el viento porque si te volteas, ya estuvo. 

Por ahí de las 12 de la madrugada, Don Josúe recuerda que su tío comenzó a llorar. Las lágrimas de un pescador deben ser doblemente saladas. Pero ahora no hay llanto, sino olor a cebolla picada, cítricos y algo rancio, quizá las tripas de los pescados. Un pescador se vale de sus manos para jalar redes, cordeles, pero también para sacar sabores.

Todos los pescadores saben cocinar, sentencia Darwin.

Lo hacen en lanchas para sus compadres y amigos,  en la cocina de sus casas para su familia e incluso en el mar cuando las jornadas de pesca se alargan a más de un día. Aunque sus esposas pueden encargarse de cocinar guisos con otros tipos de carne, mencionan, entre risas, que cuando se trata de algún marisco ellos toman la iniciativa. Son expertos en la cocina del océano. 

Darwin y Josué preparando ceviche y aguachile en la cocina de Sayachuleb

Entre ellos comparten recetas, cada quién pone algo de comida para el grupo y otros más las bebidas. Aunque las recetas clásicas son el ceviche, el caldo y el pescado frito, para don Josué, el platillo estrella es el filete al mojo de ajo y el aguachile.

Don Josué incluso hizo el menú del restaurante de la cooperativa de turismo sustentable Sayachuleb. Tanto él como Darwin trabajan allí, conocen ampliamente el mar y la reserva estatal de 70 mil hectáreas en Dzilam de Bravo. Además de fomentar el turismo responsable en la zona, generan iniciativas de conservación y educación ambiental en la comunidad. Y las comidas que salen de esa cocina les salen de rechupete.

—Yo desayunaría, almorzaría y cenaría pescado. Es que son tantas recetas que no te fastidia.

Quienes se dedican a la pesca como actividad de sustento, la camaradería es vital: los hombres tienen que cuidar a sus compañeros. Los capitanes conocen los terrenos del océano sin brújula, pero también están a cargo de su tripulación a quienes atienden y cocinan. Cocinar es una responsabilidad dentro del mar y una recompensa en tierra firme

Para cuidarse entre ellos, los pescadores tienen que saber un poco de todo: Primeros auxilios, mecánica. Copra dice que aprendió a inyectar. Tienen que estar preparados para cualquier imprevisto. 

A Copra le cae una gotita de lluvia en la nariz. Es momento de contar cuando hace 6 años se hundió. Copra es padre de familia, lleva años saliendo a pescar, sin embargo, en esa ocasión se arriesgó a salir solo. Cuando no pudo salvar su bote, estuvo tres horas flotando gracias a que llevaba un chaleco, pero pensando que quizá “ahí había quedado”. Un grupo de pescadores pasó cerca de donde estaba y vieron sus cosas flotando. Al recorrer la zona, lo encontraron y lo ayudaron a regresar a tierra firme en su bote.

No todos los que caen al mar han corrido con suerte. Hace poco, Copra perdió a unos amigos en el mar. Mientras él trataba de buscarlos, la corriente ya se los había llevado. Hasta la fecha no los han encontrado,  la lancha y sus redes aparecieron flotando, pero de sus cuerpos no hay rastro. 

—Un vato de ellos estaba separado, el otro tenía su esposa. ¿Ya viste la del muelle de San Blas? Esa morra desde que se perdió el vato, no se movía del muelle. Ahí se pasó casi un mes la morra, sentada. Ahí le llevaban su comida, no se iba… Está grueso

Los peligros de la pesca no solo se reducen al naufragio o fallas de motores. Los pescadores están expuestos al sol, la lluvia, el vaivén de las olas que puede generar molestias, a perderse. Todo eso se multiplica si el viaje se alarga más de un día.

Pescadores en medio del mar, Dzilam de Bravo, Yucatán

Los viajes largos tampoco garantizan que vayan a regresar con el bote lleno. Incluso tras días en el mar, ha pasado que regresan sin nada por la escasez de peces que hay desde la crisis del pepino de mar. El pepino de mar es una especie muy cotizada en el mercado internacional cuya pesca furtiva provocó una cadena de devastación del mar en Dzilam. Llegaron personas de todas partes y se acabaron el pepino y especies que antes eran parte de la canasta básica del pescador como el mero o el pulpo. Sin pesca, cansados, expuestos al clima, con el conocimiento de que perdieron más recursos invertidos de lo que ganaron, llegan de mal humor y callados a sus casas.

—Si no pescaste nada, bajas silencioso, todo amargado –dice Darwin.

Darwin caminando por el muelle sosteniendo un bowl lleno de las verduras que picó mientras llueve

Las historias se detienen cuando la lluvia les cae encima. Agarran los cuencos con filetes y verduras, y corren todo el largo del muelle para refugiarse bajo el techo de Sayachuleb. Ahí, aunque la lluvia sigue cayendo, se dedican a terminar lo que empezaron en las lanchas. 

Ahora sí, don Josué toma un sartén para freír el pescado. El humo se combina con la frescura del ceviche bañado en salsa inglesa y jugo maggi. Sentados bajo una palapa, crujen la comida con los totopos y se olvidan por un rato de las tormentas y de los hundimientos. 

Ya habrá tiempo de contar otras historias marinas.

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