Ritmos de resistencia: Los Pream incendiaron el escenario de Original
La banda de Santa María Tlahuitoltepec mezcló ritmos tradicionales de Oaxaca con rock, jazz, funk y un keytar frenético, en un concierto que fue toda una ceremonia de identidad y resistencia.
Por David Rico
Mérida, Yucatán, 17 de octubre de 2025.- El escenario ardió en el primer día de “Original. Encuentro Textil Mexicano”. No fue con discursos ni luces solemnes, sino con el rugido encendido de Los Pream, la banda oaxaqueña nacida en Santa María Tlahuitoltepec, en lo alto de la Sierra Mixe. En cuestión de minutos, la inauguración se transformó en un estallido de ritmo, identidad, raíces, cultura, resistencia y emoción. Es, sin duda, el primer gran acierto musical del encuentro.
Apenas sonó la primera trompeta, el aire se estremeció. Los ritmos de Oaxaca retumbaron en las paredes, fundiéndose con destellos de jazz, funk, sonidos balcánicos, africanos y otros, en una mezcla tan rebelde como precisa. La tuba marcó un pulso profundo, casi telúrico; la batería golpeó con urgencia; la guitarra eléctrica lanzó relámpagos, y las trompetas y el trombón se elevaron como aves brillando entre la multitud.

Y en medio de todo, un keytar frenético disparaba ráfagas de notas imposibles. El teclado colgado al pecho, como si fuera un arma sónica, lanzaba acordes delirantes, casi eléctricos, que trenzaban locura y ritmo sobre la base tribal de la banda. Su sonido, juguetón y vertiginoso, rompía el aire con destellos digitales, como si la electrónica se hubiera rendido ante la montaña Mixe.
El público no tuvo escapatoria. Primero los pies, luego los hombros, y pronto todo el cuerpo se rindió al movimiento. La gente bailaba, sonreía, se dejaba arrastrar por un sonido que no pedía permiso: un torrente de vitalidad que cruzaba lenguas, fronteras y generaciones.

Lo que debía ser una presentación se volvió una ceremonia. En un evento que reúne a más de 300 artesanos y artesanas de todo México, Los Pream demostraron que la música también puede ser una forma de tejer: hilo por hilo, ritmo por ritmo, como quien entrelaza tradición y modernidad hasta volverlas una sola textura sonora.
La presencia de Los Pream no fue casual en un espacio que celebra los saberes ancestrales y la fuerza creativa de los pueblos originarios. La banda encarnó el mismo espíritu del textil: resistencia, belleza y memoria.

Porque, igual que los tejidos que nacen en los telares de la montaña, su música cuenta una historia colectiva, hecha de territorio, lengua y comunidad.
“La música es un idioma que no necesariamente hay que entender, sino sentir”, dijeron sobre el escenario. “Es un regalo increíble, y por eso hay que darle respeto y valor. Sin música, no sabríamos qué hacer.” Y bastaba verlos para entender que esas palabras no eran discurso: eran convicción.
El sonido Mixe, crudo y luminoso, llenó el recinto como un fuego que se expande sin pedir permiso. Era imposible no pensar que en ese momento la sierra estaba hablando a través de los amplificadores, recordando que la modernidad también puede tener raíces, y que la identidad no está en el pasado, sino en lo que sigue vibrando en el presente. Porque si hay algo cierto, es que la cultura es cambiante, se transforma, pero se aferra a sus raíces, a su color, al amor a la tierra.

Los Pream no son una revelación improvisada. Han colaborado con Damon Albarn, el líder de Blur y Gorillaz, en el proyecto Africa Express y su nombre figura en el cartel del próximo Vive Latino, donde llevarán su mezcla explosiva de tradición y distorsión.
Su paso por Original marcó un antes y un después. Dejó claro que el arte —ya sea tejido o tocado— puede ser un acto de resistencia, de comunión y de celebración. Y aunque aún falta por escuchar a Son Rompe Pera, otro de los platos fuertes del encuentro, el fuego ya está encendido.

Cuando el último acorde se extinguió, el silencio no fue silencio, sino un eco largo, cálido, que siguió vibrando en el pecho de todos. Algunos aún bailaban sin música, otros miraban al escenario con esa mezcla de asombro y gratitud que deja lo irrepetible.
Porque hay noches en que no se asiste a un concierto, sino a una revelación: la de un pueblo que canta su historia con guitarra eléctrica y corazón de montaña.
